sábado, 23 de abril de 2011

La yerba mate de Eduardo Galeano

La luna se moría de ganas de pisar la tierra.
Quería probar las frutas y bañarse en algún río.
Gracias a las nubes, pudo bajar. Desde la puesta del
 sol hasta el alba, las nubes cubrieron el cielo para que nadie
advirtiera que la luna faltaba.
Fue una maravilla la noche en la tierra. La luna  paseó por la selva
del alto Paraná, conoció misteriosos aromas y  sabores y nadó
largamente en el río. Un viejo labrador la salvó
dos  veces. Cuando el jaguar iba a clavar sus
dientes en el cuello de la  luna, el viejo
degolló a la fiera con su cuchillo; y cuando la luna  tuvo hambre la llevó a su casa.
 "Te ofrecemos nuestra pobreza",  dijo la mujer del
labrador, y le dio unas tortillas de maíz.
A la noche siguiente, desde el cielo, la luna se asomó a la casa de
sus amigos. El viejo labrador había construído su  choza en un claro
de la selva, muy lejos de las aldeas. Allí vivía,  como en un exilio,
con su mujer y su hija.
La luna descubrió que en aquella casa no quedaba nada que comer.
 Para ella habían sido las últimas tortillas de maíz.
 Entonces iluminó el lugar con la mejor de sus luces y pidió a las nubes  que dejasen caer,
 alrededor de la choza, una llovizna muy especial.
Al amanecer en esa tierra habían brotado unos árboles desconocidos.
Entre el verde oscuro de las hojas, asomaban las flores blancas.
Jamás murió la hija del viejo labrador. Ella es la  dueña de la yerba
mate y anda por el mundo ofreciéndola a los demás.
La yerba mate despierta a los dormidos, corrige a los haraganes y
 hace hermanas a las gentes que no se conocen.
 
Eduardo Galeano

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